I. La conocía desde que tenía memoria pues habíamos crecido juntas, vecinas del mismo portal, y, desde niña, Aída había sido el ejemplo a seguir. Mi madre me comparaba continuamente con ella. Todos los hermanos, primos y amigos decían al verla pasar por la calle: tan rubia, tan guapa, todos los "tan” del mundo. Yo, al igual que el resto de las niñas del barrio, era simple sombra al lado de Aída. Pobres niñas de leche en polvo de una postguerra demasiado larga, niñas con una mezcla de miedo y hambre bailando siempre en el estómago.
II. Aída no. Aída nunca iba con nosotros a robar manzanas a los caseríos, ni se colgaba de los árboles, tampoco jugaba a peleas. Aída miraba por la ventana con un libro en la mano, sonreía y saludaba tímidamente. Todo el mundo predecía que un gran futuro le esperaba, siendo tan bella, discreta, inteligente. Algún médico, o acaso algún abogado, se casaría con ella y quizá por ello, sus padres no la dejaban juntarse con otros niños.
III. Pero los años pasaron, el hombre importante no apareció y Aída se enamoró ¡qué remedio! de un chaval un tanto bruto. Se casó con la firme oposición familiar y de esta manera, todas las cuentas de sus padres se esfumaron. Después, cuando la veía con sus niñas, convertida ya en madre, un cosquilleo malvado me recorría por todo el cuerpo. Siempre había pensado que la vida era un lugar donde naces, pero lo que pasó aquel día me hizo comprender que de vez en cuando también merece mucho la pena vivirla.
IV. Aída y su madre se encontraban en la cola del "híper”, llegó el momento en el que el saludo fue inevitable. Sonrisa hipócrita mientras contaba lo bien que le iba en el trabajo, algo que era tan difícil para mi como aprender el euskera y así por el estilo. Su madre la miró con una mueca de desdén y ello bastó para que Aída se encogiera como un pajarillo asustado. Delante de mí se hallaba aquella maravillosa criatura con cuya sobrenatural perfección me hiciera sentirme comparada a diario, aunque siempre saliera perdiendo, y resulta que ella también era humana y temía a una madre pesada.
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Niñas desgraciadas ...
Pobres niñas de leche en polvo de una postguerra demasiado larga.
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Eel hombre importante no apareció y Aída se enamoró ¡qué remedio! de un chaval un tanto bruto.
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Sonrisa hipócrita mientras contaba lo bien que le iba en el trabajo, algo que era tan difícil para mi como aprender el euskera y así por el estilo.
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Su madre la miró con una mueca de desdén y ello bastó para que Aída se encogiera como un pajarillo asustado.
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O un doctor o un abogado, ...
Algún médico, o acaso algún abogado, se casaría con ella y quizá por ello, sus padres no la dejaban juntarse con otros niños.
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Expresión idiomática que significa tener mucha hambre.
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Empleo metafórico del verbo esfumarse = desaparecerse (aquí).
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